jueves, 12 de febrero de 2009

Hospitales de París (1866)

Que clase de bárbaros somos. La guerra nos enseñó la esencia de nuestro organismo. El humor de nuestra sangre, el tejido preciso de nuestros músculos, la íntima relación de la carne, el tendón y el símbolo siempre escurridizo del sentido mismo del ser. La sangre corrió en ríos. Hoy recorro los hospitales de París como queriendo olvidar el holocausto del mundo. Hasta los belicosos espartanos iban a la batalla con médicos en vanguardia. Cuanto daría por ser un periodeuta de la antigüedad griega. Aquellos médicos nómadas recorrían las ciudades del mundo entonces conocido y eran casi siempre aceptados por los príncipes en la corte o bien acogidos en casa de los más distinguidos condottieres. Yo en cambio deambulo los cuartos de este edificio en forma de cruz. Se construyó así para vigilar mejor a los enfermos. Nada tiene que ver con la cruz de Cristo. Sin embargo insisto en que los médicos somos una clase esencial, una orden militante que busca la salvación del que languidece. Recorro por cuarta vez el lúgubre pabellón de los incurables y se me antoja la bodega de un buque. Lo imagino anclado frente a una isla soleada desentendida de la muerte…

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