Damos demasiada importancia a las palabras sin darnos cuenta que enunciando creamos un laberinto. La palabra es un símbolo poderoso para el hombre. Es prolífera hasta el extremo y dañina como un cáncer. Aun así insistimos en catalogar todo. Poco menos de la totalidad de lo que el ser humano entiende como sabiduría es pura semántica; la explicación de la explicación del porqué de tal o cual idea expuesta hace mucho en palabras. Todo nace en la praxis pero se multiplica en la palabra y de allí amplificada llega hasta los más intrincados rincones de la mente. Pero todo continúa siendo un símbolo que afecta solo el ámbito humano. La palabra es una venda, la palabra es una falsa promesa, una mentira auto infligida; la palabra es un flagelo con el que intentamos despertar la ineptitud de nuestros apocados sentidos; la palabra simula la inmortalidad que no tenemos… La palabra es jugar a ser Dios. Todo nace de nuestra predisposición a la palabra y todo terminará algún día con alguna. De nada valdrá repetir una oración, una maldición o una pregunta…el silencio contestará como siempre con la ausencia absoluta de símbolos…
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