lunes, 17 de diciembre de 2007

"La invulnerabilidad del polvo"...

Cuando digo “un vicio” no procuro engañarme ni engañar a nadie. Hablo de una “conducta aprendida, “perniciosa” y que va en detrimento de las “buenas costumbres””. Lo único malo del ‘vicio’ es eso, que se opone a lo bueno; al orden. Pero ¿Quién ordena? ¿Quién predispone las cosas para que unas sean buenas y otras malas? ¿Quien traza con premeditación el camino recto? Dios es un sujeto genérico usado como ‘divisa’ por las facciones aliadas de los ‘actos de bondad’… Lo que es “bueno” para algunos de nada sirve a todos los demás. Cuando intento definir el ‘vicio’ trato de redefinir la ecuación entera y para ello reconstruyo las verdades impuestas por cada tiempo y circunstancia a lo largo de una vida normal y concluyo que no hay de que arrepentirse y que todo lo que resulta malo esta atado a un temor, al pánico de caminar y pisar en falso, a todo lo que nos conduce a lo desconocido: ¡miedo a desaparecer!... Amo todo lo real aunque me lleve al borde del desfiladero… No lo amo porque existe, lo amo porque en mi resuena un llamado insistente a la vida. Es una lucha continua esto entender la conducta como un doble acto; un acto instintivo y racional no concluyente donde el mito y la certeza se confabulan para crear hermosas ilusiones; unas de ‘verdad’ otras de ‘amor y felicidad’… Así nació el hombre de la inerte y corruptible invulnerabilidad del polvo…

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