miércoles, 19 de diciembre de 2007

El Augurio

Era tarde. El Maestro restregó sus ojos y fijó la mirada cansada en la multitud que se negaban a partir. Hasta el llegaba el olor a hisopo, del humo de las hogueras y el desesperante quejido de algunos enfermos. El campamento se había acrecentado en los últimos días y el agua de los pozos se hacia escasa. Temía el Maestro que todo fuera en vano. Ya se rumoraba sobre imposibles milagros; ‘los ciegos recobraban la vista, los cojos saltaban como muchachos, y los leprosos se curaban al escuchar sus palabras’. El insistía en las palabras pero los sermones no llegaban a todos debido a la multitud. Aquel día había repetido hasta el cansancio el mismo mensaje. Los discípulos más locuaces predicaron mientras descansaba… Eran buenos pero sabe Dios que añadían y que olvidaban. Pensó en el futuro. Pasado los años ¿cuantos recordarían siquiera la esencia de su mensaje? ¿Serían capaces aquellos desposeídos de mirarse a la cara y reconocer en el rostro de su igual la divinidad de la vida, la poderosa verdad humana que brilla más allá del credo y la estancia cerrada del templo?… ¿o volverían incautos a la religión de los símbolos?… Le recordarían como un mago o como a un dios… ¿O peor aun, como un niño indefenso tendido en un pesebre; como el iniciador de un culto alejado de toda sabiduría?…El maestro se recostó adormilado… Sus discípulos hablaban en voz baja sobre la muerte de una niña en el campamento. El ladrido de los perros anunciaba la llegada de más fieles… ¡Dios bendiga a los que creen y desconocen! ¡Hazme fuerte Dios! murmuro el profeta con una exhalación. La noche cerró sobre el campamento como un augurio…

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