"Correcostas"

El puerto es un hormiguero. Carros tirados por musculosos bueyes descargan los vapores que llegan al puerto. Las gabarras de descarga no se detienen. Solo en la noche la calle de la playa se sosiega y descansa de la algarabía febril del día. Los brazos nervudos de los hombres del puerto abrazan entonces cinturas de guitarras y de mujeres, enamoran imposibles con voces roncas como de vapores. La noche se llena de coplas, caricias y bailes. Es un mundo acústico aquel del puerto y la calle larga y resta hasta la ciudad. Ocasionalmente llegan en los buques unos hombrecitos diminutos y poco robustos; insignificantes de día y poco hábiles para la descarga. Llevan como único bien un “tiple” y un motete de marino. Son soñadores con ojos melancólicos y ausentes; imberbes muchachos arrancados por la desgracia de alguna casa educada; destetados de una madre hacendosa e inteligente que partió –como todas las madres inteligentes y hacendosas- demasiado pronto. De noche, en la algarabía del baile el joven vagabundo, guitarra en mano se transforma. Su fuerza esta en la copla y en los tiernos versos que hacen soñar a las mujeres y temblar a los fuertes estibadores. Algo inmensamente rotundo hay en aquellas voces tiernas y profundas… Les llaman “Correcostas” y son como cualquier otro juglar; custodios de indecibles desdichas y dueños de una agudeza envidiable.